Para la Exposición -Encáusticas- El Castillo Sala Municipal de Exposiciones, Requena Octubre-Noviembre 199


Carlos Pérez


FRANCISCA MOMPÓ (MONDRIAN, NIGERIA Y UNAS DOSIS DE ALQUITRÁN)

"Me servía de cualquier material. Así, en aquella época se veía por todas partes un anuncio de no sé qué aparato llamado "Phonotipia"; ello me dio pie a concebir fausse note tipia (falsa nota tibia/hueso)".
Raymond Roussel
Cómo escribí algunos libros míos.

Parece ser (así lo afirman los expertos) que los asesinos suelen regresar al lugar del crimen. En arte suele suceder algo similar: Mondrian siempre que podía volvía a pintar unas muy figurativas acuarelas de flores (algo que exacerbaba a sus incondicionales y al ortodoxo Seuphor).
También Helion, el disidente más irritante para Seuphor (y, tal vez, para todos los puristas de la geometría) regresó decidido a la figuración (tras ejercer durante años como abstracto impenitente) sin importarle las tendencias y las teorías temporales. En realidad (es una suposición), más que un deseo de sorprender o manifestar una extravagancia, los dos pintores ejercitaban las manos y los ojos observando la realidad, al tiempo que reflexionaban y pretendían hacer lo que es venía en gana que, en definitiva, es una de las alternativas naturales de los artistas modernos.

Francisca Mompó se puede incluir en esa nómina de pintores que constantemente, además de reflexionar sobre los orígenes, ejerci¬tan las manos y los ojos, acuciados por cierta incomodidad (marcada por el rigor) que les mueve a buscar soluciones firmes, al margen de las estrictas pautas estéticas del momento. Consecuente con esa actitud (equiparable a la de los primitivos militantes del arte moderno), Francisca Mompó ha observado muchas cosas: desde las máscaras negras y el arte precolombino a las obras fundamentales de la tradición moderna, sin olvidar las aportaciones de Rauschenberg o Larry Rivers y las de los que, como Condo o Basquiat, apuntan las soluciones del siglo próximo. Por eso, no es extraño que en sus pinturas (también en las esculturas) aparezcan citas (en realidad, sutiles huellas de alquitrán) del orfismo, de la artesanía nigeriana o de expresionismo abstracto. Es decir, una serie de propuestas disonantes, muy alejadas en la estética y en el tiempo aunque, sin embargo, integradas en la superficie a través de la geometría y por la férrea voluntad de la artista que, como si se tratara de un combate de boxeo, obliga a cumplir las reglas a los agresivos púgiles, en este caso a las formas y los colores (excitados por la encáustica y el alquitrán). También se debe apuntar que Francisca Mompó, para construir esa difícil integración, sólo acepta la compañía (y la complicidad) de los artistas sujetos a su observación. Así de manera tenaz, en solitario (aunque libre de la placidez de Bissier, inevitablemente agredido por la ironía, casi monacal, de Morandi) y sin reiteración (ya que cambia el trayecto diario con habilidad), Francisca Mompó regresa constantemente al lugar del crimen, importándole muy poco lo que pudiera pensar de ella Seuphor (y algún que otro ortodoxo posterior).