Septiembre - 1991
texto: MICHELE DALMACE-ROGNON


Cualquier obra que asoma por primera vez en una galería, siempre provoca las expectativas de su contribución a la historia del

Cualquier obra que asoma por primera vez en una galería, siempre provoca las expectativas de su contribución a la historia del arte. Este es el caso de Francisca Mompó; pertenece a la franja que ha leído y analizado la historia del arte, y más decididamente del barroco, con el cual su sensibilidad tiene lazos especiales, al mismo tiempo que comparte la impregnación de las materias de los informalistas, tanto internacionales como nacionales, que subvertieron las normas convencionales.

Indudablemente el siglo XVII dejó su huella en el conocimiento pictórico de la artista y surgen de sus cajas: Los Membrillos, de Zurbarán; Las Nueces, de Antonio de Pereda; Las Flores, de Margarita Caffi; se apuntan Guirnaldas de flores, de Juan de Aurellano, o Los Elefantes en el Circo, de Andrea de Lione. Pero también las mantas de Antoni Tapies, en su búsqueda de una composición cuyo reto consiste en no caerse, a pesar de un rotundo proceso de caída.

Estas imágenes constituyen el punto de arranque de una andadura conflictiva en la que se enfrentan artista y cultura/acto pictórico, generando cuadros que manifiestan una bipolaridad de tiempo y de espacio.

Dicho espacio, de aspecto tan violento y de cualidades ambiguas, así como la noción de simultaneidad asociada a la de duración, organizan el eje de unos itinerarios fundamentados en el intento casi mítico de conseguir una caída suspendida en la construcción arriesgada del conjunto, e inclusive en cada relieve, que amenaza con venirse abajo dejando una fluxión vertical que guía la lectura, abriendo un camino conciso de gravedad, en contraste con otros recorridos, entramados y sutiles, en los que asoman territorios ocultos y misteriosos.
Estos itinerarios nacen de una lucha despiadada de desgarraduras, rasgones, heridas, en los que cohabitan, engendrados por los recursos pictóricos más clásicos y los más recientes, para dar a luz una unidad que logra situarse en el punto clave equilibrio/ruptura, a la vez que micro-mundos subvisuales, sea dilatados, sea atormentados, aparentemente más elaborados o azarosos, en todo caso siempre dictados por el control de una compleja coherencia espacial.

El mérito de las obras reside precisamente en la bipolaridad constante a nivel de conceptos y de actos, basados en la agresividad intensa y la afinación simultánea. Todo lo que provoca en el espectador un primer sobrecogimiento por la fuerza que vinculan, y, al mismo tiempo, una interpelación que le permite acercarse a un espacio de transparencias, opacidades, luminosidades y sugerencias; a una duración expresada por distintos derrames, coladuras y grietas y por las transformaciones posteriores de los colores y de las materias.

La obra de Francisca Mompó plantea el problema del arte de hoy, no sólo mediante la memoria cultural o el análisis de una tradición capaz de renovarse. Está elaborada sobre dualidades, vaivenes poéticos de la acción constructiva al caos, de la violencia al misterio, desafiando la inercia y la «banalización» de la información y expresión visuales en la sociedad caótica de fines del siglo xx, en una búsqueda de autenticidad existencial.